He visto decenas de defensas de PFC en los últimos años. Las primeras cuando aún me quedaba muy lejos dicho trance, y unas cuantas una vez superada mi propia entrega.
Son muchos años intentado buscarle la lógica a un proceso absurdo y en mi opinión obsoleto. Siempre llego a la misma conclusión, y es que no tiene una lógica.
Son tantos los factores que influyen en el resultado, más allá del trabajo del alumno o de la exposición del mismo que este haga, que la situación es con frecuencia muy injusta y en ocasiones hasta cruel.
Teniendo en cuenta que la mayor parte de los proyectos son inabarcables por una única persona, y si el objetivo del PFC es saber si el alumno está preparado para la vida real, lo suyo sería fomentar un tipo de trabajo más próximo a lo que se va a encontrar una vez fuera de la Escuela.
No conozco ningún arquitecto, profesores de la ETSAC incluidos, capaz de realizar personalmente todo lo que conlleva un proyecto. Puede que haya alguno que se atreva con una vivienda unifamiliar, pero me encantaría verle enfrentarse al cálculo de la estructura de un museo o al diseño de las instalaciones de un spa.
Este es un oficio en el que participa más gente, y es bueno que así sea. No es normal que la dedicación media de los alumnos esté entre uno y dos años para llevar a cabo la tarea. Es lo más alejado del trabajo real que puedo imaginar.
Se podría discutir sobre cuál es la manera de evaluar a los alumnos antes de sacarlos al mercado laboral, la docencia al fin y al cabo es algo muy complejo y no seré yo quien dogmatice sobre el asunto. Lo que no asume discusión es el trato y la actitud de algunos profesores cuando se sientan a la mesa como tribunal.
En algunos casos parece que se les suba el poder a la cabeza y el ego se les atragante, asistiendo en muchas ocasiones a escenas de auténtica falta de respeto.
No puedo imaginar qué tipo de satisfacción puede obtener un arquitecto, adulto, con un trabajo de profesor además de estudio propio, en humillar a un alumno, nervioso, que lleva los últimos meses encerrado viviendo por y para ese trabajo que está exponiendo.
No veo dónde está la gracia ni el objetivo, y menos delante de sus padres y amigos que normalmente se sientan entre el público. Algún día, uno de esos padres que ven como le faltan al respeto a su hijo, mientras este se muerde la lengua para no empeorar la situación, va a empezar a sumar los años de esfuerzo que lleva el chaval, los gastos y los esfuerzos económicos para conseguir llegar a ese día, y la suma le va a dar un número tan alto que se va a levantar de entre el público y le va a dejar las cosas claras al susodicho tribunal.
Pero por suerte para los componentes de los tribunales, los alumnos ya llevan muy instruidos a sus padres y amigos para que no salten…
La última vez que asistí a este espectáculo fue la semana pasada, presentaba un amigo y subimos a ver la defensa. En cuanto pisé la Escuela tuve una mezcla de sentimientos encontrados, pues pese a estos trances que tuvimos que pasar y estos gigantes con los que tuvimos que luchar, también nos cargamos de experiencias positivas y también tuvimos la suerte de tropezar con otro tipo de profesores, de los que no ven necesaria la crueldad y el despotismo y que realmente sienten pasión por la enseñanza y sobretodo respeto por los alumnos, por el simple hecho de ser personas.
La cuestión empezó con retraso, y los miembros del tribunal venían, ya a las diez de la mañana, cansados. Sin mediar un “Hola, buenos días” uno de ellos le estampó un “Se breve que esto ya nos lo conocemos”.
Cuando nuestro amigo llevaba unos cinco minutos hablando, el presidente del tribunal, que en ningún momento había mirado aún la proyección, le pregunta al de al lado si no le había dicho que fuera breve, a lo que este responde con un soplido.
La exposición duró menos de quince minutos, en los que unos y otros iban mirando sus teléfonos o sus relojes, y alternaban miradas de “acaba ya” con resoplidos. No se portaron del todo mal y fueron bastante correctos en sus comentarios posteriores, el proyecto al fin y al cabo era bueno, les había gustado.
Pasado el “juicio” solo queda esperar por por el veredicto, absuelto o condenado, esa es la cuestión. Y aquí es donde tengo el recuerdo más cutre y más doloroso de toda la carrera. En mi caso al haber defendido por la mañana, me pasé todo el día en la Escuela viendo la defensa de algunos compañeros y esperando a que saliesen las notas.
Me acompañaban mis padres y algunos amigos, y también estaban padres y amigos de otros compañeros, distribuidos por la cafetería esperando nerviosos. A eso de las diez y media de la noche, amontonados en el parking, con la nariz pegada a la puerta de vidrio de los departamentos vimos como pegaban la hojita con la lista de notas.
Allí rodeados de coches, en un parking, por la noche, es cuando terminamos la carrera. No hubo después ningún acto, ninguna celebración, ni un triste pinchoteo o una entrega de diplomas para poner un punto final un poco más digno que nos dejase una sensación un poco menos amarga.
En todo caso, y le pese a quien le pese, de la Seta se sale y se sale siendo Arquitecto o al menos empezando a serlo. Si tuviese que darle un consejo a los alumnos que están con el PFC, sería que no le dediquen ni un minuto más de lo imprescindible, que salgan de ahí cuanto antes porque el mejor proyecto está siempre por venir.